El triste penar de una oposición autodestructiva

La misantropía como enfermedad autoinmune de la derecha

En los primeros meses de 2018 se auguraba la posibilidad de un cambio, una nueva esperanza como aquella que hubo 18 años antes pero que quedó pulverizada casi como estaban quedando las instituciones.

Aquella, que inició en 2000 con el PAN y concluyó en 2018 con el PRI, dejó una estela de sangre y corrupción en una combinación orgiástica de componendas, imposición de leyes a modo y desenfreno descarado de la oligarquía, que al igual que la Roma del siglo IV, nunca se imaginó su caída y que, en el México de nuestros días, la gente ya había asimilado perfectamente el poder de su voto.

En ese 2018 y para tratar de mantener su poder, los ahora opositores apostaron al miedo de los electores diseminando una serie de sandeces, como la ayuda de Rusia al partido de izquierda o los acuerdos con países como Venezuela y Cuba. Dichos que, si acaso, lograron inquietar un poco, a unos cuantos. La suerte ya estaba echada y ellos mismos la construyeron.

Sin embargo, parece que no se percataron de ello, ya que los últimos mensajes de sus respectivas campañas en ese año fueron por demás triunfalistas. Tanto PRI, como PAN se decían favoritos de la mayoría, y, en realidad parecían creer que así era. Pues no fue así. De hecho, fue tan aplastante la derrota, que a la fecha parece que no han podido recuperarse.

Su proceso de duelo ha sido tan lento, que en 4 años apenas se alcanza a percibir débilmente la transición de la negación a la ira. Y como en aquel momento, incapaces de reconocer que ellos mismos propiciaron la victoria de su oponente, repiten ahora las mismas actitudes y estrategias que los hunden cada día más. De ahí, lo autodestructivo.

A casi 5 años de su peor derrota, propician que sus huestes digitales llenas de odio irracional, agredan sin sentido a desconocidos en redes y sigan con el argumento de los 30 millones de engañados, de holgazanes o, perdón, pero así de elegante lo manejan, de “pendejos” que le dieron el triunfo a la izquierda. La frase: “prefiero 30 millones de ’empresarios’ generando empleos que 30 millones de ‘hu3von35’ pidiendo limosna”, es frecuente entre los usuarios de redes sociales afines a la derecha; usuarios cuya mayoría fueron también víctimas de esas políticas que la sociedad ahora reconoce y repudia; usuarios alienados por los medios corporativos, que los hacen sentirse “agraviados” por el actual gobierno, a pesar de que algunos de ellos o sus familiares, son beneficiarios de programas sociales.

En teoría los políticos de derecha por su afinidad con el sector privado o incluso, en algunos casos como empresarios, deberían conocer muy bien de estrategias de mercadotecnia para atraer clientes o en este caso votos. Pero en la práctica, al señalar como ignorantes, holgazanes o hasta pend3j@5 a 30 millones de personas que en menos de dos años estarán en las urnas, no parece ser una buena idea y eso les hace a ellos mismos sus peores detractores.

Tendrían que dirigir sus esfuerzos para atraer a la parte del padrón electoral que no votó en 2018 y que para colmo, también ofenden, nada más y nada menos que ¡Por indolentes! Pero, con el mismo optimismo que se ostentaban como los posibles ganadores de las elecciones de 2018, tienen, no sé porqué, la idea que quienes no acudieron a votar en esa ocasión, lo habrían hecho por la derecha.

Ha quedado claro que cuando estuvieron al frente del gobierno, los ahora opositores dejaron un México en ruinas, con mexicanos afectados por sus políticas y acciones que, en la mayoría de las ocasiones, aseguraban eran “para proteger a México”, eran “buenas para México”, pero nunca, a ninguno de ellos, se le ocurrió pensar qué era bueno para los mexicanos; mexicanos, que ahora saben que pueden elegir con toda libertad a quienes los representen.

Creo que la derecha comete muchos errores, pero uno de ellos es creer que compiten contra un personaje tipo caudillo, cuando en realidad su contrincante es un concepto, una idea que se refleja en el rechazo de todo aquello que ellos representan.

Durante casi seis sexenios, sometieron al país a un modelo cuyas leyes y decisiones generaron corrupción, impunidad y pobreza, provocaron que gente perdiera sus casas o vehículos por deudas que fueron impagables, que fueran desplazados por la violencia o que murieran a manos de la delincuencia; y también aparecieron “mágicamente” unos cuantos millonarios. Y, si bien durante 18 años hubo un personaje como AMLO que insistió que esas políticas eran nocivas y las causantes de todos los males del país, la debacle de ese modelo era inminente, pero no porque AMLO difundiera esos mensajes, sino por lo que estaba ocurriendo y lo que la gente vivió y sufrió.

Desde que MORENA toma el poder en 2018, promueve decisiones e impulsa leyes contrarias a las que manejaban sus oponentes, con la diferencia que ahora los únicos afectados son aquellos privilegiados que se regodeaban de sus beneficios económicos y políticos. Así, no veo por dónde la derecha pueda recuperar lo que perdió. Implicaría que votáramos por ellos para regresar a como estábamos o para seguir el camino que llevábamos. Y eso lo veo un poco menos que imposible

Y reitero sobre la derecha autodestructiva, porque no conformes con haber sido repudiados en las urnas, insisten, ahora agrupados en algo que el presidente llamó “promiscuidad política”, en tomar decisiones que la gente rechaza, tales como oponerse a las reformas eléctrica y política. No se entiende la lógica de aquellos que necesitan recuperar credibilidad y votos, pero promueven lo que la gente rechaza.

La gente. Sí, esa gente que va a votar; esos que no están dentro de los 30 millones de ofendidos que ya ni deberían de considerarlos; sino aquella gente que está entre los que no emitieron su sufragio en 2018 pero que, si la derecha sigue insistiendo y comportándose de esa forma, son capaces de animarse a votar; y ya imaginamos por quién será.

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