“Hagan política, aunque otra cosa les digan quienes la han hecho sin ustedes, y, naturalmente, contra ustedes”.
Antonio Machado (1875 – 1939)
En México se percibe una sociedad cada vez más politizada, que pareciera ir entendiendo el consejo del poeta español que sirve de introducción al presente texto. La gente muestra un mayor interés en la cosa pública, aunque, todavía en lo cotidiano, es difícil debatir sin fanatismos sobre temas políticos.
Es decir, el interés de la sociedad por la política va avanzando pero lo hace lentamente. Hoy existe apenas una tendencia a equiparar la política como si se tratara de un partido de fútbol; algo así como: ¿Y tú quién le vas?, pudiendo ser la respuesta: a los verdes, o a los rojos, o a los negros, parecería una respuesta simplista para una pregunta simplona, ya que ambas reflejan desconocimiento o por lo menos desinterés, del porqué de los partidos políticos o los candidatos; como si todas las ideologías que cobraron innumerables vidas y han venido transformando las sociedades a lo largo de la historia, se sinteticen en la preferencia de un color, una persona, en el estado de ánimo del momento o incluso, en un meme.
Parecen no entender todavía que los partidos políticos existen porque hay grupos con distintos intereses e ideologías, que defienden en el debate o la lucha pública, aquello que consideran su derecho, y que por eso existen, izquierda y derecha, o partidos como el laborista y el conservador en Inglaterra, o que por eso ha habido revoluciones.
Por más acaloradas sean las discusiones defendiendo sus políticos preferidos o denostando los contrarios, parecen estar muy lejos de representar antagonismos ideológicos. Esos antagonismos originados por la forma en cómo la sociedad produce y se distribuyen las ganancias, o por la forma en que se educa, o por las creencias, o por el uso y apropiación de los espacios comunes, o por el uso y aprovechamiento de los recursos naturales, o por la reivindicación de los derechos básicos.
Para la gente común, el debate sobre qué partido o candidato es mejor, se reduce a simples productos comerciales porque los poderes fácticos, especialmente los que manejan los medios hegemónicos de comunicación, se interesan en que así sea. Estos medios prefieren la burla por un chicle pegado o la caída de una silla en un templete, a que se cuestione la participación de personajes ligados a un modelo económico que saqueó, ensangrentó, empobreció y dejó en ruinas al país. Rehuyen el debate sobre la estructura y alto costo de los organismos públicos que no ofrecen beneficio social, sobre la parcialidad y excesivo costo del poder judicial, o sobre socavar o defender nuestra soberanía.
La calidad, durabilidad, precio o vicios ocultos de esos políticos convertidos en productos, son elementos que se matizan con la propaganda y dejan de lado lo que en realidad representan dentro de ese espectro de intereses en pugna y que son aspiraciones de alguno de los distintos segmentos sociales en que, inexorablemente, estamos insertos los miembros de una sociedad.
Y justamente el principal problema es que muchas veces, los interlocutores de los debates políticos en lo cotidiano, no tienen claro en qué segmento social se ubican, lo que aprovechan y profundizan los difusores de los mensajes políticos, ya que, como profesionales de la propaganda, su objetivo es convencernos de lo que no somos y entusiasmarnos en lo que, según ellos, queremos y podemos ser.
Por eso los debates políticos en lo cotidiano, no giran en torno a las ideas y proyectos, sino que se reducen a hablar de las personas y de los hechos inmediatos, inclusive de esos hechos sin tomar en cuenta los contextos en los que se presentan; simplemente optan si les parece que están bien o están mal, como cuando se discute si una jugada fue penal o no en un partido de futbol.
Frecuentemente descalifican lo que no comparten, pero que paradójicamente desconocen, apelan a la voluntad de quien escucha sin disposición a escuchar, acusan polarización cuando la política también es eso, el debate entre los privilegiados y los excluidos. El problema es cuando las diferencias, descalificaciones y a veces hasta ofensas, se producen entre dos excluidos, donde evidentemente uno de ellos padece de alienación.
La política debe ser más seria, pero para ello se necesita un proceso de toma de conciencia al que eventualmente llegaremos y en el que falta por ahora, mucha información verificada y educación para analizarla y aprehenderla, lo que daría sentido a los debates cotidianos y entonces éstos ya no girarían en torno a personas y anécdotas sino en ideas y proyectos.
Mientras tanto, lo positivo es que esos debates políticos son más frecuentes, y, aunque no muy profundos, denotan poco a poco una apropiación de lo público por parte de la sociedad. Eso es apenas una tenue luz al final del túnel.